Homenaje a Luis Rodríguez Sáiz (extra 2022) – 9

Unas breves reflexiones sobre la política económica en un mundo en desorden

(por Jesús Paúl Gutiérrez, Universidad CEU-San Pablo)

 

Recientemente se ha producido el fallecimiento de Luis Rodríguez Sáiz, uno de mis maestros, con el que compartí docencia, investigación y gestión y en los tres ámbitos fue para mí un importante referente de honestidad, esfuerzo y eficiencia.

Al inicio de mi carrera académica (finales de los ochenta y principios de los noventa) tuve el privilegio de publicar con el profesor Rodríguez Sáiz una serie de artículos en los que abordamos diferentes ámbitos de la política económica española. Eran momentos de importantes retos e incertidumbres para la economía española y para sus autoridades. Nuestro país se acababa de incorporar al Sistema Monetario Europeo y daba sus primeros pasos para alcanzar la estabilidad nominal que le permitiera incorporarse a la futura Unión Económica y Monetaria Europea.

Sin embargo, si aquellos eran momentos de importantes cambios para la economía española, europea y mundial, aún más disruptivo puede que sea el momento presente, abriéndose importantes incertidumbres sobre su devenir futuro.

A continuación, se recogen unas modestas reflexiones sobre la política económica y que pretendo que sirvan como homenaje póstumo y agradecimiento a Luis Rodríguez Sáiz.

Cualquier economista que no esté henchido de soberbia, creo que debería reconocer que la economía, en gran medida, sigue siendo una especie de caja negra. De tal forma que a pesar del gran número de personas inteligentes que a lo largo de varios siglos han tratado de sentar las bases de cómo funciona, nuestro nivel de comprensión al respecto dista mucho de ser ni siquiera medianamente completo. 

Dadas estas deficiencias en la comprensión del funcionamiento de la economía es lógico que sea prácticamente imposible que exista un consenso generalizado entre los académicos, los políticos y las autoridades económicas de distintos países, sobre las actuaciones de política económica a adoptar en cada momento. Así, partiendo de la concepción de Tinbergen de la política económica, según la cual ésta consiste en la manipulación deliberada por parte de las autoridades económicas de cierto número de instrumentos con objeto de alcanzar determinados objetivos económicos, es comprensible que, cuando no existe un conocimiento elevado de las relaciones existentes entre instrumentos y objetivos  de política económica, se planteen controversias en relación a las medidas a adoptar en cada momento, o incluso que surjan  desacuerdos  respecto a cuáles deben ser los objetivos a alcanzar.

Si ya de por sí resulta complejo para las autoridades económicas tomar decisiones partiendo de una teoría económica con deficiencias para explicar el funcionamiento de la economía, esta dificultad se acentúa cuando tenemos en cuenta que sus decisiones se han de adoptar en un entorno, no sólo económico, sino también político y geoestratégico, en continuo cambio. Por tanto, las decisiones de los bancos centrales y el resto de “policy-makers”, los objetivos a alcanzar y la forma de alcanzarlos, difícilmente van a ser los mismos cuando se enfrentan a entornos muy diferentes.

Si los cambios son parte consustancial de la historia, las disrupciones acontecidas en la última década y media probablemente sean algo que vaya mucho más allá del habitual dinamismo del devenir histórico. Así, en el período transcurrido desde 2007 hasta la actualidad, el mundo se ha enfrentado no solo a perturbaciones de índole económico-financiera (crisis financiera global de 2008 y la posterior crisis de la deuda soberana europea de 2012), sino también sanitarias (pandemia de la Covid-19) y geopolíticas (Guerra de Ucrania). Cada uno de estos eventos, en gran medida imprevisibles y con enormes consecuencias macroeconómicas, no sólo ha hecho que las autoridades económicas actúen tratando de paliar los impactos negativos de los mismos, sino que también ha hecho que múltiples ámbitos de la política económica o bien hayan sido revisados o se enfrenten a importantes incertidumbres en cuanto a la forma en que deben ser considerados en el futuro.

A mediados de la primera década del presente nuevo milenio se describía la situación económica global, en especial, la referida a Estados Unidos, con el término “Gran Moderación”, en referencia a la importante reducción en la volatilidad de las principales variables macroeconómicas que se había producido desde mediados de los años ochenta. Eran momentos en los que existía una cierta creencia entre economistas y autoridades económicas de que prácticamente se sabía todo acerca de la mejor forma de gestionar la política económica, y una prueba de ello era la creciente estabilidad macroeconómica alcanzada en las décadas anteriores.

Por otro lado, si pensamos más allá de lo estrictamente económico, hace menos de dos décadas todavía estaba en buena medida presente la idea planteada por Fukuyama de “el Fin de la Historia”, interpretada como la desaparición de las guerras y las revoluciones sangrientas consecuencia del triunfo de las democracias liberales tras la disolución del bloque comunista. Las democracias liberales, sustentadas en la economía de libre mercado, con gobiernos representativos y defensoras de los derechos jurídicos de sus ciudadanos, eran consideradas como el único sistema político capaz de asegurar el desarrollo económico y la mejora en la calidad de vida de los ciudadanos.

Vistos desde el momento presente, los términos “Gran Moderación” o “Fin de la Historia” resultan casi tan lejanos como puede parecernos la revolución francesa. Por un lado, la volatilidad de la economía ha alcanzado niveles desconocidos. Así, si nos centramos en la economía española, las caídas en la producción registradas en 2002, 2012 y en 2020, como consecuencia de la crisis financiera global, crisis de la deuda soberana y de la pandemia de la Covid-19, respectivamente, la reciente escalada de la inflación hasta aproximarse a los dos dígitos o la existencia de una deuda pública en el entorno del 120% del PIB, poco se corresponden con la situación económica que caracterizaba la “Gran Moderación”, hasta el punto que se han retomado conceptos previos a la misma y hasta hace poco casi considerados de la historia de la política económica como “inflación con estancamiento” o “política de rentas”.

Por otro lado, desde el ámbito político, la situación presente no puede ser nada más antagónica que la prevista por Fukuyama en su “Fin de la Historia”. Por desgracia, estamos comprobando que las guerras no son algo superado, y lo que es aún más preocupante para nuestra egoísta postura occidental, sino que también pueden acontecer en nuestro propio continente y no solo en lejanos países pobres. Asimismo, tampoco resulta tan evidente el triunfo de las democracias liberales como forma óptima de organización de la sociedad. La pandemia de la Covid-19 y la Guerra de Ucrania han puesto en evidencia la vulnerabilidad de las economías de las democracias occidentales ante países gobernados por autocracias totalitarias. La dependencia que los países occidentales tienen de la energía rusa o de la multitud de productos importados de China no sólo pueden estrangular sus economías, sino que al poner en riesgo su prosperidad económica también pueden erosionar sus valores democráticos, al facilitar la aparición de aparentes soluciones populistas procedentes de los dos polos ideológicos.

Hace apenas año y medio, en plena pandemia, los analistas del Deutsche Bank publicaron un informe cuyo título, “La era del desorden”, define muy bien el marco en el que se encuentra el mundo en la actualidad y en el que las autoridades económicas tienen que adoptar sus decisiones de política económica. La principal idea defendida en este informe es que 2020 constituyó el fin de la segunda era de globalización económica que comenzó a principios de los años ochenta y el inicio de un período económico caracterizado por el caos y el retroceso en el proceso de globalización. La pandemia Covid-19 habría acelerado un proceso que de forma paulatina se había iniciado en años anteriores y que habría conducido al inicio de una “nueva era” económica, caracterizada por el caos, y en la que destacan los siguientes temas claves:

  • El deterioro de las relaciones comerciales entre Estados Unidos y China y el retroceso de la globalización sin restricciones.
  • El inicio de un período clave para la consolidación o el retroceso de la Unión Europea tras el Brexit.
  • El elevado nivel de la deuda pública a nivel mundial y la generalización de la denominada teoría monetaria moderna.
  • El fin del período de estabilidad de precios y las dudas ante un período de deflación o de inflación.
  • El empeoramiento de la desigualdad, incluso dentro de los países desarrollados.
  • La brecha intergeneracional que provoca una confrontación de intereses entre jóvenes y las generaciones de mayor edad.
  • El debate sobre el cambio climático y la mayor o menor prioridad hacia un modelo económico sostenible con el medio ambiente.
  • El impacto de la revolución tecnológica que ya está provocando cambios importantes en las sociedades y las economías.

Aunque las transformaciones que ha experimentado la política económica son resultado de un proceso continuado, han sido los períodos de fuertes crisis los que han propiciado cambios más acusados y acelerados. Al igual que las crisis del petróleo de los años setenta tuvo un fuerte impacto en distintos ámbitos de la política económica –sustitución del paradigma keynesiano por el monetarista, creciente peso de las políticas de oferta frente a las políticas de demanda, o la relevancia del control de la inflación como objetivo de la política económica, …-, la crisis financiera global surgida en 2008 tuvo también importantes implicaciones en el marco de la política económica, tanto en lo que se refiere al papel asignado a los diferentes objetivos, como a la relevancia de sus instrumentos tradicionales. Lo que hasta el inicio de la crisis constituía un consenso bastante generalizado en cuanto a la forma en que las autoridades económicas debían conducir la política económica, posteriormente, en buena medida, ese consenso se vio claramente erosionado, abriéndose un importante debate en cuanto a qué políticas debían implementar las autoridades con el fin de evitar los errores cometidos en el pasado, y de esa forma, preservar el logro de sus objetivos. Asimismo, la crisis sanitaria de la Covid-19 y la actual Guerra de Ucrania han supuesto nuevos desafíos para las autoridades económicas y políticas, que se han visto obligadas a adoptar decisiones en un marco prácticamente impredecible hasta la fecha.

Si una de las críticas habituales a la economía es su tendencia a responder “depende” ante la mayor parte de las preguntas que se le formulan, el momento actual, “esta era del desorden”, quizá sea el menos adecuado para que nuestra profesión y, por extensión, las autoridades económicas, no puedan dar respuestas acertadas a muchos de los problemas que se plantean.

Entre algunos de los múltiples temas relevantes y que en el momento presente no tienen una respuesta fácil, y sin tratar de ser exhaustivos ni establecer una taxonomía atendiendo a su carácter coyuntural o estructural, merece la pena destacar algunos interrogantes:

  • ¿Cómo explicamos el crecimiento registrado por la inflación en el último año?, ¿son las tensiones inflacionistas el resultado de las políticas monetarias fuertemente expansionistas adoptadas por los bancos centrales de los principales países tras la crisis financiera global o responden a las interrupciones en la cadena de suministro derivada de la Covid-19 y la posterior subida de los precios de la energía agravada por la guerra de Ucrania?, ¿tiene el repunte inflacionista un carácter temporal o va a ser un fenómeno que perdure en los próximos años?
  • ¿Qué papel deben jugar los bancos centrales en la lucha contra la inflación?, ¿el endurecimiento de la política monetaria es la vía adecuada para evitar los efectos inflacionistas de la subida de los precios de las materias primas y de la energía?, ¿es útil la política de rentas para evitar una situación de inflación con estancamiento?
  • ¿Qué papel debe seguir jugando la política fiscal en el contexto actual?, ¿es posible mantener los actuales niveles de deuda pública, ante una más que previsible subida de tipos de interés o, por el contrario, es necesario diseñar de forma inmediata programas ambiciosos de consolidación fiscal?, ¿deben los bancos centrales mantener sus programas de compra de deuda pública con el fin de asegurar la estabilidad financiera, especialmente de los países más endeudados?
  • ¿Es necesaria una reforma en profundidad de la gobernanza en el seno de la Unión Económica y Monetaria Europea, en especial en lo referido a las reglas fiscales?
  • ¿Qué lecciones deben extraer las autoridades económicas ante las vulnerabilidades que han mostrado las economías occidentales consecuencia del proceso de globalización económica?, ¿se debe dejar exclusivamente al mercado el devenir del proceso de globalización económica, aunque de ello se derive una creciente dependencia exterior no exenta de importantes riesgos?
  • ¿Se puede seguir apostando por un crecimiento económico sin tener en cuenta su impacto medioambiental?

El filósofo Bertrand Russell indicó que la principal aportación que la filosofía puede hacer para el que la estudia es enseñarle “a vivir sin certeza y, sin embargo, sin ser paralizado por la duda”. De igual manera las autoridades económicas, con un conocimiento limitado de cómo funciona la economía, deberán seguir tomando decisiones. Las controversias de política económica no son algo del pasado, sino que van a seguir estando más presentes que nunca, dado el entorno tan complejo en el que se han de tomar decisiones. A pesar de todas las dificultades, es necesario que las autoridades económicas tengan una hoja de ruta muy precisa y acertada, dada la transcendencia que tendrán sus acciones, y no sólo desde el punto de vista económico, sino también porque pueden estar en juego los propios valores democráticos occidentales.



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